jueves, 13 de septiembre de 2012

Un Quijote del Tango, visto por Ernesto Pierro

"La mañana se desprende de un sauce.
Un flechazo disparado
con el arco de un violín enciende el sol.
La vida comienza."

Hugo Salerno

Esta nota que publico a continuación es una prólogo a la sección de Canciones publicada en el libro de poesía "Gorrión Fénix" de Hugo Salerno. En acertadas palabras Ernesto Pierro hace un recorrido por algunos de los caracteres de la obra de este querido vate moderno, de quien yo mismo hablaré más adelante.
Conocí a Salerno hace ya algunos años y tengo el placer y el honor de ser co-constructor de un puente orillero que llamamos "Tamango del Plata". Una especie de milonga dónde Salerno nos define a los rioplatenses. Pero ahora dejo la nota del querido Ernesto.

Los Tangos del Quijote

Por Ernesto Pierro

Uno de los más reconocidos poetas y autores de tango de todos los tiempos, Horacio Ferrer, lo bautizó como “El Quijote del arrabal”, y, por supuesto, no podría encontrarse mejor forma de definirlo. No se trata solamente de constatar que su figura, irremediablemente, remite al retrato que el inconsciente colectivo le ha otorgado al protagonista de la monumental e incomparable obra del manco de Lepanto. Quienes lo conocemos bien, sabemos que tiene ese mismo espíritu caballeresco, ese afán de luchar –por desigual que fuese la pelea- contra las miserias del mundo, ese designio de buscar a una Dulcinea idealizada a lo largo de una vida llena de lirismo y bondad.

Pero nuestro Quijote arrabalero tiene además una Patria, que es Boedo, y es un digno representante de ella. De algún modo es su otra Dulcinea, porque la ama, porque jamás la traicionaría. Sabe que allí estuvieron Manzi, Centeya, Cátulo, Camiloni, González Castillo, Yunque, y tantos otros, y entonces toma la poesía como lanza para acometer contra los que predican a favor de una vida sin sueños, sin bohemia, sin emociones, sin amores. Y tiene en Boedo su Baldío Natal, allí donde fue ungido Caballero de las Utopías, en una coronación efectuada en un pupitre, con una lapicera de pluma mojada en un tintero que había tenido un blanco impecable alguna vez. Y como tal Caballero de tan bendecida Patria de Poetas y Tangos, allí marchó, primero Barriendo el Barrio, después Andante en Bondi, a escribir también, además de sus poemas, sus canciones para Buenos Aires. Pero claro, necesitaba un ladero de valía y fiel. Y allí en Boedo, claro, cerca de su Baldío Natal, encontró al talentoso compositor Marcelo Saraceni. El encuentro fue en un Boliche de Estaño, por lo que así se llamó un tango que crearon juntos (yo no le canto a tu vida / y no le lloro a tu muerte / solo que yo comprendo / lo que le espera a tu suerte: / te vas muriendo de a poco / viejo boliche de estaño). Siguieron forjando tangos, y así llegó “Los taitas rockeros”, a los que el vate imaginó sembrando flores en los adoquines. Y el lirismo llegó a un punto muy alto en “Los ojos de Antonia”, acompañado de la bella melodía de Saraceni. Pero el Quijote del Arrabal, justamente, también sabía ponerse arrabalero, y –siempre con su fiel ladero- dio vida a “Pa’que siga habiendo guapos”, ácido relato sobre un viaje en los trenes suburbanos, ante los cuales los molinos de viento quedan hechos un poroto. Pero, mientras, el Caballero de las Utopías seguía buscando a su Dulcinea, como puede verse en la letra de “Violines y Bisagras” (ya no se si la espero / o si pido otra copa y me voy). Como le pasara al personaje cervantino, nuestro Quijote, en esa búsqueda, vivió a veces risueñas aventuras, como la que muestra la irónica y rea letra de “Villa Freud.” (percanta, no me amuraste / me aumentaste el arancel). Para los viajes líricos de este Quijote boedense no hay fronteras, y así se alió al brillante, querible yorugua José Arenas Díaz en “Tamango del Plata” para decirnos a orientales y argentinos “amigo, a las divisiones / las dejo para otra gente / que no somos extranjeros / somos vecinos de enfrente”. Y como no tiene fronteras ni las quiere, su lucha contra los perversos también la planteó, gallardamente como corresponde a su linaje quijotesco, en “Un blues para Nueva Orleans 2005”, que lleva música del compositor, poeta, historiador, pintor, periodista, etc. -y todo lo hace bien- Roberto Selles: (y la estatua de la Libertad se pregunta: / ¿qué estoy haciendo yo aquí?).

Y allí va el Caballero de las Utopías, sembrando nobleza, buscando versos por las estrellas de las noches de Boedo.


          

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