jueves, 23 de agosto de 2012


La noche a contrasueño: utopías del Tango Nuevo


“Hay otra brasa, otra candente rosa
de la ceniza que los guarda enteros;
ahí están los soberbios cuchilleros
y el peso de la daga silenciosa.”

Jorge Luis Borges

1) El Tango que ya no existe


Cuando alguien entra en el mundo del tango tiene que saber una regla: los grandes creadores ya están muertos. Al menos eso es lo que parecieran mostrarnos desde cierto sector del género. En realidad se trata de una parte de la mitología tanguera que se nutre de los “grandes relatos” del tango. Dentro de esa especie de colección de mitos fabricados por el género tenemos cosas como que “el tango te espera”, “el tango es filosofía”, “el tango es la forma de ser del rioplatense” y otro montón de frases que parecieran intentar justificar lo injustificable, y es que el tango como “gran relato” ha caído.
Por delante tenemos una especie de decorado de cartón donde se nos muestra un tango lozano, patrimonio de la humanidad, lleno de vida. Pero detrás está el verdadero rostro del tango, una especie de ubi sunt constante que pareciera querer avanzar pero al mismo tiempo regodearse con la fama obtenida por los grandes poetas muertos y preguntarse: “¿Dónde están?”.
Por un lado tenemos los fantasmas de Manzi, Expósito y Cátulo que funcionan como elemento geminado dentro del tango actual; los queremos, los admiramos, los escuchamos, los grabamos y los difundimos. Pero a la vez son los que vigilan las cadenas que nos atan a las mentiras del tango. Una de esas mentiras es que el último vagón de posibilidades creativas del tango ya pasó. Lo mismo pasa con los cantores y con los músicos. Piazzolla, Goyeneche y Gardel inventaron el tango y lo destruyeron al mismo tiempo, intentando llevarse la última posibilidad de “novedad”. No por intención premeditada, pero es que a la vez que su trabajo se vuelva cada vez más inmenso, sus obsecuentes también se agrandan, y también se agrandan los miedosos que parecieran creer que si intentan superar a alguno de estos genios, su fantasma podría aparecérseles en las noches.
En realidad sería al revés; así como el fantasma del padre de Hamlet pedía a su hijo que lo vengara, los fantasmas de Piazzolla, Gardel, Goyeneche, Troilo, Manzi y demás, se nos aparecen constantemente para alentarnos a seguir creando.
Por otro lado estamos los que no somos fantasmas, sino que existimos y tratamos de ponernos debajo de semejante Espada de Damocles. Aquí es donde deberíamos analizar varios puntos que tienen que ver con una magna quesito: “¿qué pasa con el tango?”. Para eso debemos empezar a reconocer algo: EL tango ya no existe, existen LOS tangos.
El gran relato del tango como sentimiento del Río de la Plata se cayó, y con él se vienen muriendo varios dioses. ¿Alguien podría decir cuál es el sentimiento del hombre y la mujer rioplatenses? La posmodernidad se nos ha tirado encima con un concepto de doble filo que es la “diversidad” y ese concepto ha metido la cuchara en todos lados, incluyendo la cabeza rioplatense. Entonces aquella “forma de ser” del hombre de Buenos Aires y Montevideo, que abarcaba dos pilares que eran trabajo y familia, hoy se transformó en una red de habitáculos entre los que están; trabajo (y con él: ambiciones, asensos, cambio de trabajo, carreras, cursos, méritos, el jefe, la secretaria, etc.), familia (y con ella: homosexualidad, aborto, bigamia, infidelidades, swingers, gay “tapados”, familias monoparentales, parejas sin hijos, etc.). Y a ello se le suman el dinero, la “joda”, los vicios, la moda, la influencia europea, la cabeza latinoamericana, la política, la falta de política, el arte, la televisión, los medios, etc.
Toda esta variedad de elementos que guían la vida de hoy, hace imposible la existencia de una sola forma de ser del ciudadano. Entonces, si EL sentimiento rioplatense se ha diversificado, EL tango también lo ha hecho, al igual que lo ha hecho el arte en general. Lo que sucede es que, a diferencia de otras ramas del arte, al tango le ha costado sacarse la venda que le impide mirar lo que tiene adelante y dejar de recordar lo que le ha pasado, y con esto le cuesta reconocerse dentro de una realidad, y abandonar su espacio imaginario. Así como dice Baudrillard que los medios han asesinado a la realidad, el tango asesina a menudo la realidad y crea un espacio de ficción, en el cual están insertos los poetas, los cantores, los músicos y los difusores. Para ellos ese espacio ficcional se ha transformado en una especie de pacto implícito que nadie se atreve a romper.

2) Olvidar a Gardel: la situación de los cantores


Para intentar sacar algunos apuntes de la situación del tango, tenemos que fijarnos en el papel que juegan los cantores dentro del pacto que antes mencionábamos.
El cantor de tango de hoy se ha transformado en el protagonista de una obra de teatro que el público automáticamente ha de situar en la primera mitad del siglo XX. Y es que los cantores imponen necesariamente esa imagen acústica en los que lo han de ir a verlos. Esto suele suceder desde varios lugares; su forma de vestirse, el repertorio, las temáticas, la estética de lo que ponen en escena, las anécdotas que cuentan, el humor al que echan mano, la obsecuencia con respecto a los tangos que han elegido -presentando los títulos que todo el mundo se imagina que han de interpretar con un tono de “inevitabilidad histórica”-, mencionando tangos como “Naranjo en flor”, “El día que me quieras”, “Como dos extraños” y otros más, envueltos en un aura de: “y…nunca pueden faltar”.
A veces el cantor cae en la tentación de sorprender a su público y anotarse una cocarda de “defensor del tango moderno” y suele tener la valentía de incluir: “El corazón al Sur”, “Balada para un loco”, “Café la humedad”, etc. Si por alguna casualidad el cantor decide cantar algún tango inédito o contemporáneo, intenta disfrazarlo de “tradicional” metiéndolo dentro de la solemnidad con la que ha tratado los tangos clásicos, o directamente con frases como: “Voy a cantar un tango de Fulano, que la verdad escribe como se escribía en el 40”, tapando así el temor de no poder decir: “esto es de hoy”. Y a todo esto podemos sumarle los espectáculos que ofician de constante homenaje a los próceres y al tango mismo con títulos como; “Fulano canta a Discépolo”, “Fulano canta a Manzi”, “Fulano canta a Contursi” o “El tango…un sentimiento”, “El tango…una pasión”, “Recordando tangos”, “Tangos y recuerdos”, “Noche de tangos” y otro número de combinaciones donde se pone en claro que lo único importante en el mundo es el tango del pasado.
Si bien los cantores se han despegado de ese prototipo de cantor gardeliano (en el mal sentido de la palabra), nunca faltan los gritones, los recios, los que usan funyi, los que aman la orquesta típica, o los que lisa y llanamente defienden que hoy no pueden escribirse más tangos y por eso deciden grabar los mismos de siempre.
Entonces ¿qué resulta de todo esto? El cantor se vuelve una especie de rapsoda que, al igual que en los inicios de la literatura occidental, canta las epopeyas de los personajes míticos de otros tiempos que nadie ha llegado a conocer del todo, así estos aedas nos cuentan las historias de faroles, barrios, conventillos, glicinas y zaguanes, aportando al “gran relato” la dosis de ficción que ha de mantenerlo en pie. Aunque sea sólo en apariencias.
Por supuesto que no dejamos de reconocer a los que crean, a los que lisa y llanamente arman un repertorio de tangos nuevos o propios. A ellos los celebramos.


3) Músicos y compositores: La fama es puro cuento, pero…


Dentro de este pacto de silencio que se forma con respecto al tango, también tienen su parte los músicos, aunque quizás de una manera u otra son los que más se atreven a transgredir los límites. Sin embargo podemos encontrar una gama que va desde los compositores e intérpretes jóvenes, hasta los músicos consagrados de larguísima trayectoria. Al mismo tiempo, la trama se vuelve más compleja, y es ahí donde encontramos los matices en el ambiente.
Primero podemos distinguir entre los músicos que siguen una línea setentista, heredera de las vanguardias piazzollianas y los músicos que proponen una línea musical y compositiva más actual, pero tomando elementos de las diferentes épocas del tango.
Básicamente, una de las cosas en la que caen muchos de los músicos es en ser hijos de la escuela de la técnica y su obsesión por la perfección musical los vuelve elitistas, y se convierten en un círculo de iluminados donde sólo entran los que alcanzan la excelencia. Allí se rompe la línea de tensión necesaria entre lo complejo y lo bello, y esa complejidad que toman en busca de la perfección musical aleja muchas veces a una parte más o menos considerable del público según el caso. Incluso a veces llega a alejarlos de sus propios colegas.
Otra de las trampas en las que a veces caen los músicos es en el congelamiento estético de sus arreglos y sus formaciones; piano, bandoneones, violines, contrabajo… cualquier otro sonido, abstenerse. Lo mismo sucede con los arreglos que en general están limitados y atados a esas mismas formaciones únicas, entonces el razonamiento parecería ser: “el tango suena así y no hay opción”. Por supuesto que hay músicos que se atreven a romper esos esquemas, pero en general son ninguneados.
Por otro lado tenemos a los compositores de canciones, que también forman parte del pacto tanguero. Aquí podemos considerar otro elemento, y es que muchos de los compositores –no todos- tienen un enorme conocimiento acerca de la música pero ignoran en mayor o menor medida el campo de la literatura, especialmente de la lírica, y el resultado se traduce en un cambalache integrado por tangos de buena y mala calidad, donde se juntan obras magníficas junto a colecciones de lugares comunes.
Incluso están los compositores que, en un arrebato absurdo e irreal de vanidad, creen formar parte de un podio de la música inaccesible para cualquiera, entonces prefieren seleccionar a quienes van a tomar el enorme compromiso de cantar sus canciones bajo la consigna; “mis tangos no son para todos”. De esta manera aprobarán a los intérpretes que sigan al pie de la letra sus “tangos-milagro” y del mismo modo reprobarán cualquier tipo de innovación o cambio sobre lo que ellos han escrito. Algunos, incluso, irán a golpear puertas de grandes nombres para probar suerte y anotar uno de sus tangos dentro del repertorio de los más grandes, pero los más grandes rara, rarísima vez les abrirán la puerta.


4) Las letras: “Entre mis amigos, los poetas, y mis enemigos, los poetas”


En una nota titulada “El egipticismo, una decadencia del tango”, Alejandro Szwarcman dice que los poetas se dividen en tres clases: a) los que tienen buenas intenciones pero no lo logran; b) los que carecen de una formación artística; c) los que no tienen nada interesante para contar.
Para clasificar a los letristas podemos empezar con la distinción primaria que hace Aristóteles en la “Poética”. Se trata de considerar a los autores como seres posesos por alguna divinidad, que funcionan como canal comunicacional entre las musas o los dioses y el público a través de lo que escriben o, por otro lado, el autor es visto como un demiurgo, alguien que a través de su intelecto creacional logra una obra de arte.
Para traerlo a un panorama actual, y tomando lo que dice Szwarcman, podemos hablar de aquellos autores que dominan la técnica de la escritura y del manejo del lenguaje, y por otro lado de aquellos autores que creen que la escritura se trata de un milagro de la inspiración. Pues bien, hay que avisarle a esos autores que, cómo dice Serrat, las musas “andarán de vacaciones” y en la teoría literaria actual nos ha quedado la técnica del lenguaje como elemento fundamental de la escritura, así que si alguien cree que las ideas de un tango van a devenir en poesía por el sólo hecho de sentarse una tarde con la libreta y escribir “sensaciones en rima”, está en un serio error.
Lo que en general pasa con este tipo último de autores es el fenómeno de los “repentistas”, es decir, gente que vuelca incontables toneladas de sentimiento en estructuras de cuatro estrofas y un estribillo y que quizá, llegando a una producción muy numerosa, logra algunas pocas cosas valiosas. Cruda realidad.
Sucede que, al igual que pasa en todos los ámbitos de la literatura, en la canción popular, son pocos los que conocen el yeito de la creación cancionística, y por el contrario son muchos más (infinitamente más) los que se creen capaces del hecho poético. Así como uno debería desconfiar de los autores que editan un libro cada seis meses y de los músicos que sacan un disco por año, también deberíamos desconfiar de aquellas personas que escriben una o dos canciones por día.
¿Qué pasa entonces con aquellos que dominan la técnica? En general, los autores de tango no logran (no logramos) despegarse (despegarnos) del lenguaje arcaico y ficcional que inundó ciertas áreas del tango desde sus inicios hasta los 70´, entonces siguiendo la sombra de los grandes de otros tiempos, no logran (vuelvo a incluirme) desprenderse (desprendernos) de esa misma sombra, y resultan (resultamos) anacrónicos. Aparecen así esfuerzos incontables en pos de cierta complejidad que resulta aburrida o, peor, ñoña.
Por ejemplo podemos observar: títulos largos, imágenes rebuscadas, historias irreales, temáticas forzadas o la necesidad de hacer encajar elementos de supuesta actualidad que después empeoran el panorama (palabras como: internet, ciber, celu, o bien temáticas “sociales” que empeoran lo “ficcional” de la creación). Incluso, como dice Szwarcman en su nota, existen aquellos poetas que, dominando todas las armas de la escritura, no tienen nada interesante para decir, y todo o casi todo aquello que prodigan resulta aburrido o no tiene un anclaje en el interés del público.

Por supuesto que como creador no dudo ni un instante en incluirme dentro de toda la camada que comete errores en la “utopía del tango nuevo”. Quizá el hecho de que establezcamos elementos de crítica sea un primer paso para alejarnos del “no lugar” que significa la utopía.

1 comentario:

  1. Soy Marcelo Saraceni.
    Esto es muy interesante.
    Coincido en general, y me quedo repensando aquellas cosas en las que puedo estar incurriendo ingenuamente. Pero es un buen soplo de realismo que no nos tiene que asustar.
    Un abrazo José querido

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